“El valor de la temeridad”
Los últimos cien días de nuestra asombrosaactualidad invitan a darse un garbeo por latitudes próximas y sacudirse, de paso, el ensimismamiento al que conducen las idas y venidas de un puñado de actores ubicuos pero no cercanos porque “la sociedad respira mejor cuando cada uno triunfa en función de sus méritos y cuando el Estado está presente en los momentos duros de la vida”.
Quien razona así es Emmanuel Macron (EM), ministro de economía francés, un joven zorro, que habla, sin esfuerzo, de Aristóteles, Descartes, Pascal o Kant, y considera que la política sin filosofía no es más que cinismo y nihilismo. Hijo de un neurólogo, casado con la que fue su profesora de gramática -veinte años mayor que él- acaba de anunciar la puesta en marcha de un movimiento político: “ En Marche ! ” (ojo al acrónimo).
Hace apenas un año se declaraba dispuesto a influir en la transformación ideológica de la izquierda y, con léxico nutritivo y sin pelos en la lengua, se despachaba sobre las pequeñas miserias de los partidos: “tener un carnet, pagar la cotización, adherirse a los jefes, mostrarse de acuerdo con el corpus ideológico plagado de malentendidos en un momento en que las ideas han sido abundantemente abandonadas por los partidos”. Ahora, con la cólera social también en marcha, lo pespuntea, "formo parte de un gobierno de izquierdas... pero quiero trabajar, también, con gente que se siente hoy de derechas".
Es la proclama de un impaciente, empachado de los que se "agarran como los percebes a las rocas", que detesta los conflictos y habla de Merkel sin miedo escénico: ”Quiere bailar el tango contigo y piensa que es ella quien debe meter la pierna derecha. Nosotros pensamos lo mismo”.
La irrupción de EM tiene que ver con el mal francés, el de un país esclerotizado por los bloqueos y que lleva su protesta a la calle ante la inminente e inevitable reforma laboral. Esto ya lo conocemos.Su empeño, ‘despertar la actividad’, sintetiza las reformas para las que ha encontrado una formidable resistencia a la hora de confrontar las realidades políticas, sociales y jurídicas. Y este es un soplo casi apolítico en el paisaje de la vieja Francia:sindicalistas, patronos, electores, ideas.
Ha convertido ese principio, casi desnudo, en una ley; se ha salido con la suya y sus críticos le repudian como un epifenómeno de la política francesa, un oportunista ambicioso, con un magro balance de su paso por Bercy: apenas una ley que liberaliza el transporte por autocar y reduce levemente los gastos notariales.
Artífice del “pacto de responsabilidad”, les ha hecho a las compañías francesas una rebaja de 41.000 millones de euros en impuestos y cotizaciones sociales. Si a esto añadimos que quiere revisar la ley que reduce la jornada laboral a 35 horas semanales, se puede uno hacer una idea de lo sulfuradas que pueden estar las rancias estructuras del Hexágono.
Su proclama liberal en defensa del libre mercado y el restablecimiento de las finanzas públicas, suministra munición a la oposición: ‘Para una vez que un hombre de izquierdas dice que un gato es un gato no le vamos a llevar la contraria’. Y como el establishment no está acostumbrado a las exquisiteces de un joven reformador -38 años- que desde hace seis no apoquina al partido, ya hay quien le ridiculiza como ‘representante de ese intelectualismo arrogante e ineficaz que hace reír al mundo entero’.
Pero se trata de un pragmático que aprovecha el parón del “petit énervé” (Sarkozy) para asaltar el debate: crear valor y hacer reformas sociales (paro, nivel de vida, formación e igualdad de oportunidades). El discurso de la austeridad convierte a sus apóstoles en odiosos y para afligidos, este es un hombre de la derecha pura y dura, porque llamar a su partido "en marcha" cuando se es ministro de una economía que cojea parece propio de alguien sin complejos ni escrúpulos. Efectivamente, dirige una economía en la que solo progresa el paro, con salarios congelados, empresas sin pedidos, municipios con dieta de gastos y obligados a reducir sus inversiones y en la que el equilibrio presupuestario sigue siendoun mito.
Pero no esconde su programa: asumir la mundialización con el pretexto de la "deuda", atomizar los componentes intermediarios de la sociedad (sindicatos, asociaciones, colegios profesionales...) que al invertir, a menudo, la relación de fuerzas, impiden reformar y aumentar los derechos individuales (paro, salud, formación) cuya complicada gestión quedaría, no obstante, en manos de técnicos. Resultado: #nuitdebout. También nos suena.
La izquierda de la izquierda ha confiscado el discurso en el debate público, de manera que se habla de derechos y necesidades y apenas de deberes y creación de riqueza. Los franceses pueden terminar apostando por la temeridad de EM antes que soportar ad aeternum el trote de viejos caballos agotados. Y esto nos devuelve al mito gaullista“superar las diferencias políticas, en beneficio del interés superior de la nación”.
Consiéntanme un consejo, sigan a este hombre.
Luis Sánchez-Merlo
( La Vanguardia/ 13/4/2016 )