martes, 30 de marzo de 2010

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE PRAVIA, por FELIPE DIAZ-MIRANDA MACIAS.


CRISTO“RECRUCIFICADO”

"Cuando esta Semana Santa veas pasar por las calles de tu ciudad, Oviedo, Gijón, Avilés, Luarca, Pravia, León, Zamora o Sevilla, …la imagen escultórica de un Hombre humillado, herido y torturado, acompañado de una Madre que hasta el final - y siempre a su lado- soportó el difícil papel que le tocó desempeñar a lo largo de su vida, porque así lo entendió y lo quiso desde el principio, quizás su contemplación nos invite, a los que nos decimos cristianos, a pararnos y meditar unos instantes para llegar a comprender la celebración de nuestra Semana Santa; y que ese hombre representa a millones de hombres y mujeres que han sufrido y sufren en la actualidad.

Ahora y siempre la Semana Santa tiene unas coordenadas comunes en todos los lugares de nuestra geografía. No es radicalmente distinta su celebración aquí en Pravia, Oviedo, Sevilla, Zamora o Valladolid.

En esencia es la celebración de un misterio, de una realidad histórica que pasó hace dos mil años y que era – y es – impensable a los ojos de los hombres. El martirio de Cristo, su muerte increíble e injusta a todas luces, y su resurrección en la madrugada del domingo. Hechos claves de nuestra fe que recordamos y vivimos con emoción y hondura. La Semana Santa, no es, ni debe ser para nosotros la memoria fría de un hecho lejano.


Hay pocas cosas más patéticas y más hipócritas, a la vez que repetida tantas veces, que los homenajes póstumos. El homenajeado puede haber pasado toda una vida anodina, olvidado, marginado, humillado y hasta perseguido, y una vez muerto, quizás los mismos que tan mal lo trataron, probablemente para acallar sus conciencias intranquilas, le hacen un homenaje póstumo en el que cantan sus virtudes y recuerdan sus hechos y palabras y hasta puede ser que se enternezcan y derramen alguna lágrima hablando del admirable y querido amigo que nos ha dejado, pero que perdurará en nuestra memoria como ejemplo y como rayo de luz que nos muestre el camino. Naturalmente menos de diez minutos después de terminada la ceremonia, el muerto ha sido olvidado otra vez, y cada uno sigue su camino esperando otro homenaje póstumo u otro aniversario al que acudir.

Esto puede que sea para muchos, sino para la mayoría, las celebraciones de la Semana Santa: un homenaje póstumo al Cristo crucificado hace casi dos mil años. En estos días se recuerda, se rememora, la muerte de Jesús; eso sí, con vacaciones, para unos llenas de actos litúrgicos solemnes, procesiones con pasos cargados de ornato, saetas que rompen el alma y peinetas que inspiran a los artistas, para otros, más pragmáticos, con un viajecito organizado a algún país extraño o a una de nuestras playas o a una de las estaciones de esquí para disfrutar del fin de la temporada,

Unos y otros, si es que creen, ven la crucifixión de Cristo como un hecho histórico, algo que sucedió hace ya mucho, mucho tiempo, pero que hay que recordar cada año, al menos por una semana, pero sin caer en la cuenta de que la pasión de Cristo no ha terminado sino que se está repitiendo una y otra vez a nuestro alrededor. Cristo está siendo crucificado ahora, en este mismo instante, en muchos países, ciudades y pueblos de los cinco continentes. En el Evangelio, Jesucristo se queja de que no le dimos de comer cuando tenía hambre, ni agua cuando tenía sed, ni le vestimos cuando estaba desnudo, ni lo visitamos cuando estaba enfermo, y al preguntarle los buenos fariseos cuando hicieron estas terribles cosas, les dijo que fue cuando no lo hicieron con cada uno de los que les rodeaban. Si hay algo central en la doctrina de Jesús es que Cristo se identifica con los más necesitados, con todos los que sufren algún tipo de privación en medio de un mundo de abundancia, con los débiles en una sociedad que venera a los fuertes y poderosos, con los ignorantes entre unos hombres que idolatran los conocimientos.

Cristo está siendo recrucificado ahora en cada una de las cuarenta guerras que se están produciendo en el mundo, en el enfermo de Sida, en la mujer maltratada, en la soledad del preso, en el emigrante explotado y humillado, en el homosexual o la lesbiana marginada, en el drogadicto despreciado, en la madre soltera incomprendida, en el padre de familia en paro, en la adolescente prostituta y en el niño obligado a trabajar en la mina, en el campo o en cualquier otro lugar. Pero mil veces más doloroso que las terribles tres horas del Cristo – Jesús en la cruz son los tormentos de días y semanas y meses del Cristo – negro o el Cristo – indio o el Cristo – amarillo que ve morir lentamente a sus padres o esposa o hijos por pura hambre y miseria, sin esperanza alguna.

La verdadera imagen del crucificado no es la maravillosa tela que pintó Velázquez y guardamos en el museo, sino la del muerto en un cobarde atentado terrorista, la del emigrante ahogado, flotando entre las rocas de las costas de Almería, y la verdadera “pietá” no es la impresionante escultura de Miguel Angel ante la que se paran miles de turistas, sino la madre etíope con el hijo muerto de hambre en los brazos, la de los que tienen que soportar un régimen tiránico y dictatorial, todo ello mostrado por los medios de comunicación tan habitualmente que nos ha conseguido dejar indiferentes; y el verdadero grito de angustia del crucificado no es el del coro de la Pasión según San Mateo de Bach que disfrutamos oyendo, sino los miles de hombres, de mujeres y niños y niñas que en todo el mundo piden paz, y comida, y trabajo, y libertad, y justicia, ante la mirada indiferente de los que quizás celebramos con gran devoción la Semana Santa.

Cada día es Viernes Santo, y no sólo a las tres de la tarde, sino que cada hora, cada minuto, cada segundo se oye, para el que quiera tener oídos para oír y ojos para ver, el desgarrado ¡Dios mío, Dios mío!, ¿Porqué me has abandonado?.

Por todo lo anterior, No podemos limitarnos una vez al año a evocar la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, solamente con la vista, con los sentidos, ni siquiera con la imaginación de nuestra mente. Debemos realizar, lo que yo llamo, un continuo ejercicio de práctica de fe. Entiendo que el gran fallo de la Iglesia actual es la falta de fe, y cuando digo Iglesia pienso en todos nosotros. Necesitamos aumentar nuestra fe. Fe en Dios, fe en Cristo y también fe en Pedro y en su Magisterio, pues no olvidemos que también está en crisis la fe en Pedro.

Intentemos trasladar aquella realidad de hace 2000 años a la sociedad que nos ha tocado vivir hoy, identifiquemos en nuestros semejantes el sentido de nuestra fe. Actualicemos nuestro compromiso social con los más desfavorecidos y marginados, con la pobreza e indigencia, con la drogadicción y el alcoholismo, con el paro y la explotación humana, con las mujeres y hombres maltratados física y psíquicamente, con los jóvenes y ancianos, con las familias rotas y deshechas por el egoísmo e intransigencia humana .... con todo aquello que requiera nuestra solidaridad y compromiso cristiano; compromiso que no podemos ni debemos olvidar en nuestro ajetreado caminar cotidiano haciendo para ello un alto en nuestras vidas.

La Semana Santa, nuestra Semana Santa dentro de las Hermandades, es actual porque es actual la Pasión de Cristo. La Pasión y Muerte de Cristo no puede ser para nosotros un acontecimiento pasado. Hay una Pasión del Cristo histórico, pero también hay una Pasión del Cristo místico; existiendo una estrecha relación entre el Cristo histórico y el Cristo místico. La Semana Santa, la Pasión es actual, porque en los miembros del cuerpo místico de Cristo, la Pasión no ha acabado. Cristo sigue padeciendo, en nuestros hermanos, y también en nosotros mismos, en mí mismo, y reclama nuestro cuerpo para sufrir y completar lo que falta a su Pasión.

Cada vez que veamos en nuestras calles alguna de esas magnificas tallas con la imagen de Cristo sufriendo, debemos acordarnos de los hombres que sufren, y cada vez que veamos a los hombres que sufren en nuestro entorno, tenemos que recordar a Cristo. Es la Pasión nuestra de cada día. Esa es la Pasión que deben sentir nuestros Cofrades en su Estación de Penitencia, de incomprensión ante los demás, de dificultades, de sacrificio callado y silencioso, de entrega y amor.

Esta es la Cofradía que yo quiero transmitir y tener dentro de nuestras distintas Hermandades, Cofradía que nace con un deseo de vivir la Pasión y Muerte como algo propio y peculiar desde una singular perspectiva cristiana, en el gozo de unirse con Cristo paciente en una identidad de afanes redentores, sintiendo la comunicación de sus padecimientos, configurándose conforme a su muerte, que es la muerte del pecado; para sentir también después, gozosa, gloriosamente el poder de la Resurrección."

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*FELIPE DIAZ-MIRANDA MACIAS, natural de Oviedo, es Profesor Asociado de la Universidad de Oviedo,Secretario del Colegio Oficial Arquitectos de Asturias,
Mienbro del Jurado Provincial de Expropiacion del Principado de Asturias y
Miembro de la Comisión Patrimonio Histórico Consejo Superior Arquitectos de España.

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